Caminar por las calles de San Cristóbal es encontrarse con mariposas en las escaleras y girasoles, colibríes, abejas y mensajes positivos en los muros que antes eran grises por el cemento pero que ahora cogieron vida gracias al arte. Un grupo de jóvenes de esta localidad conformó la mesa del grafiti y desde este espacio se lanzaron a la aventura de convencer a la comunidad de que su talento para pintar a grandes dimensiones no es vandalismo sino la manera de construir futuro, embellecer estos barrios del suroriente y convertir a la ciudad en una Bogotá a full color. Este, es su relato.

En el borde sur oriental de Bogotá, entre las localidades San Cristóbal y Usme existe un grupo de mujeres que nació entre nubes. Se trata de familias compuestas por abuelas, hijas y nietas quienes tomaron las riendas del desarrollo de un barrio Juan Rey que tiene como vecino a un parque ecológico de montaña que décadas atrás era la cantera de la que se extraía la arena con la que se abasteció el desarrollo urbanístico de la capital en los años 80.

En Bogotá la elaboración de ladrillos de manera artesanal se realizó hasta finales del siglo XIX. Luego aparecieron las primeras fábricas que usaron hornos con los que se cocinaba el barro a altas temperaturas. Ante la demanda de materiales de construcción por la expansión urbanística de la zona, a inicios del siglo XX estas fábricas crecieron y se ubicaron en la periferia de los cerros orientales de la ciudad en localidades como Santa Fe.

Allí están ubicados los barrios El Mirador y Gran Colombia que hacen parte de la UPZ 96 en donde habitan desde hace ya varias décadas fieles testigos de esta práctica ancestral.

Don Guillermo Alfonso Acuña Olaya es uno de ellos. Comenta que nació y se crio al lado de los Chircales, o como se les llamaba a las fábricas de ladrillos de barro.