La obediencia es clave para encontrar la paz y el gozo en nuestra vida. A menudo, en medio de las dificultades o distracciones, podemos perder de vista ese camino. Sin embargo, el gozo no es algo que se pierda para siempre; es posible recuperarlo cuando reconocemos que nos hemos desviado. Al igual que nos invita el libro de Lamentaciones, hacer un examen de conciencia y arrepentirnos nos permite regresar al camino del Señor. La reflexión y la humildad son los primeros pasos para restaurar esa conexión con Dios y volver a experimentar la verdadera alegría que proviene de seguir su voluntad.

Lo más fácil de perder es, sin duda, el gozo. Es tan frágil que puede desvanecerse con una simple conversación, una noticia inesperada o una reflexión negativa. El enemigo, muchas veces, intenta robar nuestra paz interior para que dejemos de reflejar el amor y la gracia de Dios. Cuando no vivimos en gozo, nuestra actitud puede volverse amarga, y eso afecta nuestro testimonio como hijos de Dios. El Reino de Dios se fundamenta en la justicia, la paz y la alegría. Es en este gozo donde encontramos fuerza y esperanza, y es lo que debemos ofrecer al mundo a través de nuestras vidas. Al estar llenos de gozo, somos una luz que puede iluminar a otros.

El cambio de nombre que Noemí hizo, al decidir llamarse Mara, refleja cómo el dolor y las pruebas pueden afectar nuestra percepción de quiénes somos. En su desesperación, Noemí eligió identificarse con su sufrimiento, sintiendo que su dolor la definía. Sin embargo, este proceso también muestra que, a través de las dificultades, Dios nos lleva de vuelta a nuestra esencia original, a lo que realmente somos en Él. Aunque el sufrimiento nos puede hacer sentir perdidos, es en esos momentos donde Dios está trabajando para perfeccionar nuestra identidad y revelarnos lo mejor de nosotros mismos. A veces, el proceso puede ser largo, pero al final, como Noemí, podemos experimentar la restauración y la dulzura que viene al rendirnos a la voluntad de Dios. Él sigue moldeándonos, sacando lo mejor de nosotros, incluso en medio de las pruebas.

La adoración es una disciplina transformadora que nos invita a tomar decisiones que alineen nuestras vidas con lo divino. A menudo, nuestra mente se ve atrapada por las preocupaciones terrenales, pero debemos recordar que nuestra identidad ya no está en este mundo, sino en Cristo. Adorar a Dios, incluso en medio de las dificultades, nos permite fijar nuestra mirada en lo eterno, en lugar de lo temporal. La adoración es la cura para la lucha entre lo terrenal y lo espiritual, y es el camino para experimentar el gozo que proviene de hacer la voluntad de Dios. Al adorar a Dios en cada circunstancia, reflejamos su amor y poder, cumpliendo el propósito para el que fuimos creados: ser adoradores.

Somos la tierra donde Dios siembra, y cuando nos sumergimos en Su palabra cada día, comenzamos a preparar el suelo de nuestro corazón para la vida que Él desea para nosotros. La Biblia actúa como un jardinero que excava y cultiva nuestras vidas, removiendo lo que no sirve y plantando lo que nos permite crecer. Sin embargo, este proceso requiere paciencia, ya que no es inmediato. Al igual que un jardín no da frutos de la noche a la mañana, nuestra vida espiritual también pasa por un proceso largo de crecimiento. No podemos saltarnos etapas; cada paso es necesario para que, al final, podamos dar frutos que honren a Dios.

(Marzo 2024) En Juan 13:33-35, Jesús expresa un profundo sentimiento de amor y preocupación por sus discípulos. Nos invita a practicar un amor incondicional, similar al amor que Él mismo ha mostrado por nosotros. Este amor no es solo un sentimiento, sino una acción que debe reflejarse en la forma de vivir. El amor auténtico trasciende las palabras y se muestra en las obras. Esta enseñanza es un recordatorio de que el amor es el fundamento esencial de la vida cristiana y una forma tangible de testificar de Cristo al mundo.

La paciencia, como don del Espíritu, nos enseña a esperar en los tiempos perfectos de Dios, como hizo David. Aunque deseamos respuestas rápidas, la verdadera paciencia es confiar en que los planes de Dios son perfectos y que Él actúa en su tiempo. Debemos tener fe, sabiendo que lo que Él nos da es lo mejor.

Cada encuentro con Dios es único y personal, y aunque nuestra experiencia con Jesús varíe, su naturaleza permanece inmutable. Nos conoce de manera profunda y nos acompaña fielmente en cada etapa de nuestra vida, ya sea como padre, proveedor o amigo. En momentos de dificultad, podemos confiar, como nos recuerda 2 Corintios 4:16-18. Al enfocarnos en lo eterno y lo invisible, podemos encontrar fortaleza, sabiendo que el Dios de paz nos capacita para cumplir Su voluntad y nos guía en cada paso.