En el programa anterior tuvimos nuestra última catequesis de formación para el sacramento de la Eucaristía; sin embargo, aún tenemos mucho que conocer a cerca de nuestro gran amigo, Jesús.

Hoy realizaremos un viaje en el que recordaremos algunas de las cosas que hablamos durante todos nuestros encuentros.

Los invito a que nos dispongamos, y que con muchas ganas de conocer más sobre Jesús Eucaristía demos inicio a este encuentro, en el cual hablaremos acerca de la Santa Misa.

En el encuentro de hoy hablaremos sobre uno de los sacramentos de iniciación cristiana, que junto con el Bautismo y la Confirmación constituye las bases de la vida cristiana. El Sacramento en el que Jesús se nos da como alimento. En el que recibimos el cuerpo de Cristo y nos hacemos parte de su cuerpo, que es la Iglesia, es decir, el Sacramento de la Eucaristía.

Jesús nunca nos deja solos en la tarea de "limpiar" nuestro corazón. Está con nosotros, a nuestro lado. Nos anima con su Palabra, nos ayuda y actúa en nosotros con su gracia, si queremos acogerla. El sacramento de la Confesión es un don de Dios, pero debe partir de nuestro deseo de poner orden "en nuestra casa", nuestro corazón. Será una fiesta si de verdad queremos arrepentirnos de nuestros pecados, ¡al final comeremos en la misma mesa con Jesús!

Los Sacramentos son signos sagrados, acciones y regalos de Dios con las que nos muestra el amor que tiene por sus hijos. Son signos de santificación instituidos por Cristo. Mediante ellos Dios actúa en nosotros, pero es necesario que tengamos una disposición y una actitud positiva de querer agradarlo a Él.

Si bien, los grandes protagonistas de la Biblia son hombres, la mujer tiene un lugar muy especial en la historia de la salvación. Desde Eva hasta la Virgen María, Dios se reveló a la humanidad múltiples veces y en muchas de ellas las mujeres hicieron historia porque intervinieron en los planes de Dios para la humanidad, ayudando en el desarrollo del misterio de la salvación.

Hoy aprendemos acerca de la celebración de Pentecostes: A los cincuenta días de su Resurrección, Jesús, tal como lo había prometido, hizo que sus apóstoles y la Virgen María, recibieran la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos por todo el mundo.